martes, 2 de agosto de 2011

"Estupor y Temblores" - Amélie Nothomb






[...]

Como si nada, se produjo un acontecimiento: me encontré con Dios. El despreciable vicepresidente me había pedido que le llevara una cerveza, considerando, sin duda, que todavía no estaba lo bastante gordo. Había acudido para llevársela con educada repugnancia. Abandonaba la guarida del obeso cuando se abrió la puerta del despacho contiguo: me di de bruces con el presidente.
Nos miramos el uno al otro con estupor. Por mi parte, resultaba comprensible: por fin se me concedía la oportunidad de ver al mismísimo dios de Yumimoto. Por lo que a él respecta, resultaba más difícil de explicar: ¿acaso estaba informado de mi existencia? Parecía que sí, ya que, con una voz de una belleza y de una delicadeza insensatas, exclamó:
  -¡Usted debe de ser Amélie-san!

[...]


Se marchó. Permanecí sola en el pasillo, incapaz de moverme. Así que el presidente de aquella cámara de tortura, en la que cada día se me sometía a absurdas humillaciones, en la que era blanco de toda clase de vejaciones, el dueño y señor de aquel tormento, era un magnífico ser humano, ¡un alma superior!
Era para volverse loco. Una empresa dirigida por un hombre de una nobleza tan llamativa debería haber sido un paraíso refinado, un espacio de alegría y dulzura. ¿Cual era el misterio? ¿Acaso era posible que Dios reinara en el infierno?
Yo continuaba petrificada por el estupor cuando me llegó la respuesta a aquella pregunta. La puerta del despacho del enorme Omochi se abrió y oí la voz del infame gritándome:
-¿Qué demonios está haciendo ahí? ¡No le pagamos para vagabundear por los pasillos!
Todo tenía una explicación: en la compañía Yumimoto, Dios era el presidente y el diablo era el vicepresidente.

En cuanto a Fubuki, no era ni diablo ni dios: era una japonesa.